Aún no lo he leído, pero de una cosa estoy seguro: Este libro es un ladrillo.
Las ciudades empiezan a existir cuando te las cuentan. Se construyen con palabras oídas o habladas, en barras y en ceniceros, en coches, en aceras y en agujeros, crecen por cualquier parte, se extienden, mutan, se pudren o resplandecen... al dictado de las frases que les dan sentido; frases que forman historias que a su vez convierten los meros lugares geográficos en territorios emocionales.
El Señor Rock es un obrero, y este libro es su ladrillo. A mí, Valencia, me la acabó de construir él. Sin ir más lejos. ¿Para qué ir más lejos?.
He aprendido a reconocer más y mejor mi ciudad viendo un pequeño trozo de techo valenciano reflejado en un espejo horizontal tiznado de blanco que desde el mirador del Miguelete. Y he aprendido más historia paliqueando con Manolo en su (ex) taxi que en los noticiarios de Canal 9. Por supuesto.
Porque... a ver. ¿Qué sentido tiene un libro de vivencias?. Servir de golpe, en una enorme y alimenticia barbacoa, todos los restos de conversaciones cárnicas que dan sentido a una vida y que el olvido iba a empezar a pudrir sin remedio. En definitiva, dar la brasa.
Así que tenemos otra razón para afirmar que esto que acabas de leer es un ladrillo. Ya son dos:
A) Lo es metafóricamente, porque construye, y es parte de una ciudad que si no se creara a base de bloques vivos, sería una ciudad fantasma.
B) Lo es en sentido peyorativo, porque es algo así como una explosión de aliento en la oreja, como si metieras todas las charlas cerveceras de Manolo en el émbolo de una jeringuilla y te las chutaras directamente en el culo. Las charlas con Rock, señores, son peligrosas. Sólo los valientes las sobreviven, y las disfrutan. A los necios les dan en el entrecejo. Así que esto nos da un tercer motivo para llamar ladrillo a este libro: Este libro es también un ladrillo en su condición de...
C) ...arma arrojadiza.
Sigamos divagando. Tenemos ya tres rasgos de la personalidad del factótum de esta cosa rectangular, rasgos que hemos deducido a partir de su artefacto. Don Rock es obrero, abuelo cebolleta y terrorista (cultural).
¿Pero es algo más?. Muchas cosas... Es un extremista de sí mismo. Un rey decadente en su habitación, desde la que gobierna el mundo con sus ministros; un teclado Casio, un ordenador, una colección faraónica de discos y colillas y un mural inagotable de recuerdos.
Fuera de ese cuarto, un anarca. Una persona extraña, encantada de extrañar al mundo. Y es, y se siente, sobre todo parte de algo. Un ladrillo más, como su libro, en un muro que entre varios hemos ido construyendo contra no sabemos muy bien qué.
Manolo Rock y yo nos conocimos en El Aaiún cuando los soldados de Franco aún se paseaban entre turbantes y camellos saharauis como Pedro por su casa. Yo era un bebé y él un estudiante, y estoy seguro de que nos cruzamos cualquier día en algún pimpante desfile de La Legión por la Avenida de los Ejércitos. Yo le hice una mueca y él me sacó la lengua. Sólo lo supimos mucho más tarde, cuando empezamos a trabajar pared con pared en el mejor Roxy Club de todos los tiempos, canciones con sello en la época dorada de Subterráneo y boca con oreja en los mejores bares de la city. El dijo “qué curioso”, y yo pensé “no me extraña”. El mundo es un lugar demasiado grande y frío como para que no exista un azar consciente que tenga que poner orden, encajando las piezas del puzzle. Si no nos hubiéramos conocido en Valencia lo habríamos hecho décadas más tarde escribiendo para un fanzine cyberpunk en los suburbios de la Estación Espacial Internacional.
Por que lo que tiene que ser será. Y yo si no me habría puesto muy triste. Ahora mismo no concibo mi vida, mi pequeña historia, la que se fumará el tiempo, sin Rock. En mi muro contra la mediocridad hacen falta muchos ladrillos como él.
No sé si era esto lo que me había pedido que escribiera. Supongo que querría algo menos personal, y menos delirante. Pero pienso que a un libro de vivencias no se le puede, ni se le debe añadir nada. Salvo la complicidad.
Y... ¡qué carajo...! Tampoco quiero dejar pasar la oportunidad de homenajear al Sr. Rock en vida, antes de que le dé un pasmo cualquier día jugando al futbolín.
Así son las cosas. O no.
* Este texto apareció publicado en mi libro con la leyenda "Un epílogo de Charly Alvarez" y bajo el mismo título que este post. Aún me emociona leerlo pues está escrito por una persona a la que admiro y quiero. Don Carlos, un abrazo... y ¡gracias!