Mi querida perilla me ha acompañado fielmente durante 25 años, vamos, toda unas bodas de plata. Una idílica relación que comenzó en 1995, a la par de Huevos Duros y Subterráneo Records. Incluso, casi, con la aparición de la primera edición de este libro que con tanto cariño gesté (1994). Una perilla que viajó con los Transfer por media España, que publicó unos 40 discos independientes de bandas valencianas, que disfrutó de grandes noches en Roxy Club, con el Valencia Sona y con mis queridos chicharreros de Species, que vivió increíbles aventuras en el Festival Rock Machina, que posó orgullosa al lado de Duff Mckagan, que paseé por los madriles en mi época de Locomotive Music, que, posiblemente, me ayudó a vender 250 mil copias del Gaia de Mägo de Oz, siendo mi mayor hito dentro de mi profesión, que sabe lo que son unas cuantas ediciones del Viña Rock, que peleó valientemente conmigo en la UCI del Hospital de Alcorcón (y en el Arnau de Vilanova), que flipó en mi breve paso por Matarile a mi regreso a Valencia, que ha visto desaparecer, desgraciadamente, a muchos buenos amigos, que ha estado a mi lado en este asqueroso y pandémico año 2020... en definitiva, una perilla a la que le guardo mucho cariño, pero a la que le he dicho adiós a modo de ofrenda para afrontar este 2021 con renovadas ilusiones, petición que hago extensible para todos mis amigos reales y virtuales, conocidos reales y virtuales y, cómo no, para esa familia que viene incluida en el pack de sangre cuando nacemos. A unos os quiero más, a otros os quiero menos y cierto que otros me resultáis indiferentes, pero, con sinceridad, a todos os deseo lo mejor en este Año Nuevo y en todos los venideros. Besos y abrazos.
PD. Tampoco os quiero engañar, una perilla que ha vivido momentos inconfesables, pero irrenunciables.